[…] aquel lugar era público porque era visitado por muchas personas. Deambulé y lo conocí todo, pero ahora la mayoría de los detalles los tengo olvidados; sin embargo, recuerdo la abundancia de agua, musgo y plantas verdes. Había unos cuartos poblados de ese tipo de verde y los caminos sin techar eran de tierra, en trayectos adornados con piedras de río. El centro albergaba unos cuerpos de agua en forma de piscinas o espejos de agua, que eran en verdad el centro de aquel sitio, ya que todos terminábamos por encontrarnos ahí. El agua estaba repartida en tres almacenes en rectángulo, trazados con esmero y efectuados en cemento gris acero. A ratos, la ventana de mi departamento, uno en el que viví, apareció en medio del agua, y yo estaba ahí ante la ventana, y los cuerpos de agua se encogían en chapoteaderos en disposición de escuadra dentro de la habitación de aquel departamento. Tener agua tibia dentro de mi recámara era una comodidad. Sumergido hasta el pecho miraba los cambios que los actuales dueños habían hecho en la ventana por donde vi muchas veces un pino, pájaros y, cuando el tiempo y sobre todo el smog lo permitían, el cielo. La habían tapiado a la mitad, y se podía ver muy poco. Por dentro, en las tapias de ladrillos, instalaron unos ojos de cerámica de unos quince centímetros que miraban hacia adentro, y los que, a pesar de que no se movían, parecían vivos. Recuerdo uno verde botella y otro anaranjado. Aún había musgo y plantas en la jardinera de la ventana, aunque ya no las reconocía. De pronto volví a ver los tres cuerpos de agua que ahora tenían algo distinto.
Me acerqué a la primera alberca y estaba repleta de lirios. El agua está contaminada cuando aparecen estas plantas. El cielo era plomizo; para el resto de las personas, el agua se había vuelto indeseable porque la ignoraban. Me di a la tarea de repartir las plantitas entre los tres cuerpos para evitar la contaminación en el par restante. Mientras hice esa tarea, vi algo de la morfología de la relación entre la contaminación, el agua y los lirios: la primera era invisible (y no se conocía la razón por la que se había desarrollado); la segunda, al sufrir falta de pureza, atraía a los terceros. Esto lo supe cuando, al quitar los lirios bien maduros del primer espejo de agua, vi las plantas que apenas eran retoños, y que nacían a partir de unos hongos grandes como champiñones. Cuando el lirio alcanzaba a valerse por sí mismo en el agua, el hongo desaparecía, tal vez moría. Por suerte, el agua de las alberca no olía mal, y no perjudicaba en nada tocarla. Cuando terminé de repartirlos, me senté a ras de suelo, y miré el agua y sus plantas, el cielo y su color plomo. No pude evitar sentir una pesadez sobre los hombros.
Algunos aparatos, como drones, ocuparon el cielo. La gente no dejaba de pasear por ahí. A pesar de la contaminación, nadie aparentaba estar afligido; esas personas era todas desconocidas. Sólo se ocuparon en divertirse […]
[…] Negro y yo caminamos en el Campus pero no reconocí ningún lugar a pesar de que sabíamos a dónde ir. Después de bajar unas rampas, cruzar barandales y caminar en el pasto, llegamos al Instituto del Agua; su emblema era azul y verde. Quizá encontraríamos agua para beber ahí.