Caída

Fue uno de esos sueños en donde se tiene la ilusión de que se sabe que se está soñando. En mi caso, y en todos los casos en que me ha sucedido, nunca he podido ejercer mi voluntad a placer como he escuchado que algunas personas hacen mientras sueñan y creen estar despiertos dentro del sueño. En este sueño tuve la sensación de experimentar cómo se repetía varias veces la escena —si es que así puede llamársele— en la que yo iba dentro de un autobús, y el paisaje era una colección de espacios delimitados para almacenar chatarra, cosas de segunda mano para que simplemente quien quisiera tomara algún cacharro y le hiciera lo que le viniera en gana. Pasamos en ese bus muchas veces por los mismos espacios, en el mismo orden y con una duración idéntica a las veces anteriores: hicimos varios recorridos iguales. Sólo puedo recordar uno de los contenedores, el que apenas tenía una cerca baja de alambre y que adentro guardaba muebles casi nuevos. Vi un escritorio con formas de árbol que me gustó.

Luego de mucho ir y venir por el mismo camino, el sueño tuvo un giro brusco, y no sé si fue entonces que dije «esto es un sueño» o fue antes, pero quien iba al volante del autobús perdió el control a un lado de un barranco, y nos precipitamos hacia él. La caída fue larga y azul (con algunas manchas blancas de las nubes). Tardamos tanto en alcanzar el fondo que daba tiempo de articular frases completas dentro y fuera de la cabeza, tanto que pude hacerme a la idea de estrellarme contra el suelo y aceptar la muerte, tanto para tranquilizarme y pensar que estaba en un sueño.

La caída no dolió.

Caer habría implicado despertar con un sobresalto, como es usual, pero en esta vez condujo a otra parte del sueño: llegamos todos los que estábamos en el vehículo desbarrancado a un lugar donde teníamos que andar a gatas para avanzar quién sabe a dónde. Cruzábamos entre unos arcos de un material blanco reluciente; nuestras ropas también eran de ese color y estaban impecables; todo en aquel sitio era limpio, claro y sin olor. La fila de personas que a gatas iban frente a nosotros era interminable. En algún momento, la mujer que iba detrás de mí quería avanzar a mi lado pero había unas reglas muy claras y parece que rígidas que decían que entre los arcos blancos tenía que ir una persona a la vez; se lo dije a ella y entendió enseguida.

No recuerdo más.

Caída

Oleaje

El lugar en donde estaba tenía un regusto al set que Truman sufrió en The Truman Show. Si bien la arena de la playa debajo de mis pies se sentía muy real, con tan sólo mirar al cielo se advertía un acartonamiento y un sabor a irrealidad. Alrededor mío había un bullicio que recordaba a un hormiguero; no distinguía algún rostro en especial y estoy seguro que la gente huía de la playa. Temían al agua. Y yo, después de unos momentos, también. La primera ola era monstruosa por su tamaño y cortaba sin clemencia el aliento. Tenía un color azul muy parecido al de los zafiros y vaticinaba muertes al instante y otras dolorosas.

Corrí como todos.

Mientras huía del rugido del agua noté que estaba en una isla de forma alargada y ridículamente estrecha; justo en medio había una carreterita en la que una camioneta pequeña me esperaba. Dentro viajaba gente importante para mí y que había venido a mi rescate. Logramos acelerar, como en una película gringa, antes de que la marea lograra alcanzar los neumáticos. Al mirar atrás, la tierra de la isla cedía ante la fuerza de las olas, de la misma forma desaparecía la carretera ya recorrida y, tiempo después, la que faltaba por recorrer.

Las olas se hinchaban descomunalmente y prometían muerte. El tramo de camino que nos quedaba por andar se acabó en algún momento y tuvimos que tomar una decisión. De manera curiosa la gente que estaba dentro del coche se esfumó o dejó de importar, así que abrí la puerta y lo primero con lo que me encontré fue una resbaladilla o tobogán que me conducía directo y sin misericordia al mar furibundo que ya había consumido cualquier sostén. Cerré los ojos resignado y sentí con claridad el momento de entregarme. Me dejé caer hacía el líquido zafiro que esperaba con ansia.

Oleaje

Lagarto de ojos verdes

Recientemente he notado una característica que es común en los sueños, pero que ahora se presenta con mucha más recurrencia. Sólo puedo recordar en las mañanas o en la mitad de la noche un fragmento de sueño, que generalmente es breve y por desgracia insípido; este caso no es diferente en su longitud pero sí en su cualidad.

Caminaba por una calle empedrada, de ésas que se ven en pueblos turísticos que tienen alguna etiqueta de por medio: «zapatista», «mágico», «colonial», «histórico», etc. Las aceras estaban casi desiertas y yo caminaba distraídamente. Pronto me encontré con una camioneta de carga que tenía jaulas con reptiles a la venta: todos ellos sumergidos en la compra-venta ilegal.

Uno me llamó poderosamente la atención. Era verde limón y de casi un metro de largo. Cuando quise acercarme a mirarlo, el hombre que los vendía ya me lo estaba ofreciendo. Sus brazos morenos y fuertes salían de una camisa arremangada, blanca y muy percudida; usaba el sombrero de rigor. No me atreví a tomar al animal en mis brazos porque supe que su mordida era venenosa; pero ya en la proximidad pude observar que sus ojos eran excepcionales. Las negras pupilas estaban circuladas por unos iris completamente blancos y los bordes, tanto de unas como de otros, estaban bellamente definidos; al rededor de los iris había una sustancia verde, del mismo color de todo el cuerpo del reptil, que llegado a un punto, se confundía con la piel de la cabeza. Esos ojos que me hipnotizaron por un rato estaban siempre abiertos porque no tenían párpados.

Al dudar en acoger al animal en mis brazos, el vendedor lo dejó caer accidentalmente. El lagarto se escabulló entre las llantas de los coches estacionados y rápidamente alcanzó una planicie verde poblada por árboles de troncos enmohecidos. Corrí tras él y lo alcancé al lado de un árbol. No me atreví a tocarlo por su veneno, pero lo custodié en espera de que su dueño lo recuperara. Antes de que el vendedor se presentara, una mujer y otro hombre llegaron con pistolas en mano y me vieron a un lado del lagarto verde. Dispararon contra mí, pensando que yo era el dueño.

Lagarto de ojos verdes

Túnel de agua

Hoy no dormí en mi cama sino que estuve de visita en casa de un buen amigo. Dormí en la sala; en el techo mi amigo tiene una lámpara esférica de papel china, es blanca y tiene unos dragones verdes impresos; además, colgados del techo también, hay un par de dragones rojos del mismo material que la lámpara y que tienen un aspecto profundamente chino.

Tengo la hipótesis de que, en ocasiones, duermo con los ojos abiertos o los elementos del techo tienen un gran poder de sugestión en mí cuando llega la hora de soñar. El detalle que enseguida voy a contar no es la primera vez que me ocurre. Soñé con la lámpara y con uno de los dragones la misma noche en que pernocté debajo de ellos. Creo que las dos vertientes de mi hipótesis son plausibles: o duermo con los ojos abiertos (la que me parece más lógica) o los objetos colgados tienen un poderoso efecto en mí.

El sueño es el siguiente. Estaba en una playa, ya era de tarde y el cielo estaba muy nublado. Yo me encontraba de pie frente al manto oscuro del mar y las olas apenas llegaban a mis pies, sólo cubrían mis tobillos y luego se volvían a retirar; para después regresar. Tenía en mis manos la lámpara blanca de papel, con todo y sus estampados, y uno de los dragones rojos. Eran tan livianos que si se aventaban al aire se quedaban suspendidos en él. Los arrojé a un lado mío y como supe, se quedaron congelados sobre las olas. Cuando intenté caminar hacia ellos un viento comenzó a soplar en mi contra, era tan fuerte que por más pasos que diera, mi posición era la misma. Traté de avanzar con toda la fuerza que pude, pero era inútil. En un momento me hinqué y a gatas, ayudándome con las manos, intenté llegar hasta ellos, pero no pude.

Me levanté de la arena y un bañista que estaba próximo a mí anunció un tsunami, cosa que después se mostró como falsa. Aunque no estaba exento de peligro porque al voltear a mi derecha, para ver a lo largo de la playa, me di cuenta que un túnel de agua furiosa se me acercaba. Tenía la forma de una U invertida y el interior era amenazante y oscuro. Recordé que el viento no me había dejado moverme cuando intenté recoger los objetos de papel. Aunque el túnel estaba lejos de mí, sabía que si no me movía entraría directo en sus fauces. Ocupé toda mi energía en adentrarme unos centímetros en el mar. Cuando el túnel estuvo muy cerca apenas lo libré, y el agua que salpicaba terminó por empaparme.

Ese primer peligro se alejaba con rapidez, pero al mirar hacia atrás vi unas olas muy grandes sobre mí. Supe que me ahogaría.

Túnel de agua

Puerta de agua en la playa

Una borrasca nublaba el cielo y agitaba el agua de la playa. Una voz off narraba, con un estilo de locutor de radio, lo que sucedía con el clima y el oleaje alborotados por el mal tiempo. Yo caminaba del malecón hasta donde llegaba el agua de mar.

Avancé cien metros y me encontré unos rompeolas ocupados por algunas personas que disfrutaban de la violencia del oleaje. Algunos estaban prácticamente dentro del agua. Había una pareja que estaba sobre las rocas y estaba empapada, y las voz radial anunciaba que, últimamente, habían ocurrido varios decesos precisamente en los rompeolas. De pronto salió de las aguas un tiburón pálido, y de un mordisco, devoró a la mujer, dejando a medias la pareja.

La voz anunció que una puerta de agua estaba por llegar a la costa. Volteé a las escaleras que conducían al malecón y me asombró ver una montaña de agua que se movía lentamente hacia ellas. Las clausuraría, y de paso, nos ahogaría a todos los que estábamos en la playa. La voz seguía con su sonsonete, pero el pánico de morir bajo la furia del mar, no me permitió escuchar lo que seguía diciendo.

Puerta de agua en la playa

Francotirador

En el último piso de una torre que era mi casa, estaba mi cuarto. Tendía mi cama. Era de noche y tenía sueño. Terminé de arreglar las sábanas y apagué las luces. Sólo faltaban las cortinas que dejaban entrar mucha luz. En el momento en que las tenía en mis manos escuché el crujido de un vidrio. La espalda se me heló. Busqué de dónde venía el sonido y encontré un pequeño hueco en el cristal del ventanal: en seguida adiviné un disparo.

El segundo terminó de reventar el cristal.

Corrí a ocultarme. Una pared me protegía. Busqué en mi cuerpo rastros de sangre y encontré uno. La sangre fluía sin miramientos. Llamé gritando a mi padre, pero tardaba en llegar. La sangre continuaba con su flujo inclemente. La mirada comenzaba a vacilar. La piel palideció.

Escuché que la perilla de mi cuarto giró lentamente, y la cara de mi papá se asomó. Le expliqué la situación, que debía quedarse a resguardo, pero que necesitaba ayuda porque me desangraba. Me dijo que no había otra opción más que fuera por mí y me sacara. Entonces corrió hasta donde estaba protegido, me tomó de la mano y me obligó a pararme. Las piernas me temblaban. Corrí junto con él, pero los pies no me respondían con claridad.

A la mitad del cuarto mis piernas colapsaron y quedé de rodillas. Mi padre intentaba pararme, pero mientras eso pasaba, la blanda carne de mi espalda sintió la dureza del plomo. Uno a uno llegaron los proyectiles. Fueron más de cinco balas dentro de mi tórax.

Sentí la desesperanza que deben paladear los condenados a muerte.

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Francotirador

La arañagrillo

A la orilla de una carretera estuve en una palapa donde se comía una barbacoa. El ambiente familiar, de comunión defectuosa, me fastidió. Me levanté y caminé hacia la carretera con un vaso de cristal en la mano. Tenía sed, pero nada podía beber debajo de la palapa.

Sabía que al lado de carretera a menudo existen tambos con agua potable. Salí a buscarlos. Caminaba justo en el filo de la blanca barra interminable. Los grandes trailers pasaban a mi mano izquierda. Sentía sus poderosas fuerzas en mi espalda.

Con frecuencia me topaba con tambos, pero con agua estancada. Había un claro en donde había algunos jornaleros, que rodeaban a uno de ellos que estaba en el suelo, convalesciente. Escuché que el enfermo había sido picado por una gran araña en la faena. Si no llegaba una ambulancia pronto moriría.

Seguí caminando, y a mi lado apareció una maleza que invadía la carretera. Me enredé, sin querer, en ella. Mientras intentaba liberarme me di cuenta que en mi brazo, enmarañada, había una telaraña. El centro de ella conducía a la atemorizante visión de una araña con dos ojos, verdes, que me contemplaban. Con el vaso traté de apartar la telaraña de mi cuerpo, pero sólo logré mover todos los hilos y excitar a la araña. Comenzó a moverse hacia mí, con todo y su poderosa ponzoña.

Sus ocho patas eran como las del grillo: anchas y con púas. Y su color era esmeralda. Cuando estaba casi sobre mi piel logré aventarla con el vaso. Pero no se daba por vencida y volvió a trepar en los hilos, y cuando estaba lista para inyectar su veneno en mi brazo, desperté agitado.

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La arañagrillo

Oscuro mar

Mis huellas son succionadas por una arena gris. El agua cadente por intervalos moja mis pies desnudos. La gran sábana de agua bruna se extiende insoportablemente lejana. Detrás, en la playa, mi casa silenciosa espera.

Camino un poco más sobre el cinturón de arena que el agua remoja. Me detengo: estoy más y más lejos de mi casa. Quiero regresar. A casa paso, mis pies se unden más en la devorante arena; la fuerza del agua arrecia contra mis piernas.

El mar quiere tragarme.

El mar quiere engullir mi casa.

Quiero subir las escaleras de mi casa para estar lejos del agua.

La playa desaparece lentamente, mientras los líquidos azabaches avanzan sin clemencia hacia los cimientos de la construcción. Mis pasos cada vez penetran más el suelo. El agua me jala con mayor furia.

La noche sin luna, es oscura.

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Oscuro mar

Milicia policíaca

Hubo golpe de estado. Hordas de militares vestidos de blanco penetraron y reconfiguraron una capital: lavaron la sangre salpicada en las paredes de los edificios, suburbios y avenidas; pintaron incluso el pavimento de blanco; se estableció una vigilancia permanente con rifles en mano de agentes parecidos a policías, pero de la milicia, y francotiradores ávidos de un disturbio mínimo para reventar cráneos civiles.

Fui un soldado del ejército opositor, disfrazado de civil. Camino en el centro de la capital reformada y me dirijo a un escondite donde atesoro planos, libros, documentos y un pedazo de tela parecido a una bandera. Estos objetos pertenecían a las fuerzas rebeldes.

Metí la mano en un recoveco y saqué las cosas con cuidado; seguramente ellas me ayudarían a recobrar fuerzas, y combatir a la milicia gobernante. Un sniper me descubrió en el momento; por radio las unidades policíacas terrestres se enteraron de mí y me capturaron.

No recuerdo el tipo de tortura que merecía un soldado opositor, porque no me acuerdo de la mía. Pero con certeza que después de casi destrozar mi cuerpo me dieron un tiro de gracia.

Milicia policíaca

Los sueños chafas

Como el artículo introductorio dice, hay días en los que sueño chafa. Sí, ya qué.

La cosa es que a veces me levanto y comienzo a recordar, en algunas ocaciones no es necesario hace esfuerzo para que el sueño venga, ya sea porque me ha impactado a nivel íntimo, o porque grafica y narrativamente es interesante; en otras me devano el seso intentando ver a las imagenes que de la noche, todo para tener como resultado un recuerdo simple y sin sabor.

Una vez me vi actuar de manera supersticiosa, y gracias a uno de estos sueños que impactan. Yo me tranquilizo pensando que fue cuatela de mi parte:

Tenía en puerta un viaje con grandes posibilidades de ser un rotundo fracaso. Después de soñar cancelé mis boletos. Éste es un sueño donde el argumento principal no se centra en las imágenes o las acciones, sino en las sensaciones, valga la redundancia, físicas.

Estaba en una hacienda que pertenecía a una de las personas que, con seguridad, vería si yo viajaba. Caminaba en ese lugar para conocerlo; lo recorría con curiosidad. Llegué a una fuente seca en un jardín casi sin pasto, y pobre en flores. A lo lejos vi acercarse al dueño, caminaba directo hacía mí. A lado de la fuente estaba yo de pie, esperándolo. Cuando estuvo a pocos pasos de mí pude distinguir un revólver color carbón en su mano derecha. Este personaje se colocó muy cerca de mí y encañonó mi garganta, dejó pasar un instante y disparó.

Sentí mi espalda chocar contra el suelo, pero verdaderamente pude sentirlo, y después, lo más fuerte: comencé a experimentar un cosquilleo dentro del pecho, y para terminar con la agradable experiencia-visión-sueño sensorial, de la boca se arrancó hacia fuera de mí algo incorpóreo. Después conjeturé que era la sensación que supongo imaginaba de cómo era el desprendimiento del alma.

El desprendimiento fue percibido desde la perspectiva de lo incorporeo que avandonaba el cuerpo, el alma; y desde la masa que iba experimentando la pérdida de algo primordial para ella, el cuerpo.

Me desperté desasosegado, digiriendo la tétrica novedad que esta experiencia casi real (¿o verdadera?) me había dado, y también la una sensación franca de extrañeza. Ese mismo día cancelé los tickets.

Este ejemplo, por decir algo, es uno de esos sueños que me obligan a recordarlos por lo extremo de los detalles ya sea sensoriales o sentimentales.

Por el contrario hoy me desperté y pensé «hoy voy a aburrir a los pocos lectores que tengo». Y, como es de notarse, estoy eludiendo la narración de hoy porque creo que es bien pobre el relato de ahora.

El sueño comienza en un campo con abundante pasto, sin una sola persona y un cielo despejado. Inspeccionaba con la mirada el lugar. Lo repasé y no hubo oportunidad de ignorar un globo aerostático que estaba a mis espaldas; estaba preparándose para volar. En ese instante yo me enteraba que el medio de transporte y los preparativos habían sido financiados por gente que no deseaban mi presencia cerca de ellos. El plan que tenían habían construido era subirme en el globo y dejarme en el cielo a mi suerte. Antes de que pudiera enterarme sobre si lograban echar andar el plan, o escapaba, desperté.

Dejo al juicio del lector. Comenten.

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Los sueños chafas